viernes, 12 de marzo de 2010

EL HOMBRE JUSTO O EL IRRESPONSABLE?

Imagen del Bien y el Mal: Dos caminos.

El hombre justo practica la responsabilidad, jamás miente, teme a Dios y hace de la justicia su principal principio de vida. En cambio el individuo que actúa irresponsablemente, pretende que soslayar a Dios, es sinónimo de hombría y superioridad. Cree que sin la ayuda y auxilio divina puede lograrlo todo, alcanzar cuanto se disponga. Por lo regular las consecuencias de nuestro modo de vivir no se exhiben de manera inmediata y antes por el contrario, requieren de cierto tiempo para hacerse presentes.

Un antiguo adagio enfatiza que “cada quien recoge lo que siembra” y esto es aplicable perfectamente a nuestra forma de vivir. Individualmente poseemos una especie de balanza, que es nuestra conciencia, que a cada paso de nuestra existencia, se pronuncia y nos advierte lo que es bueno y lo que es malo. Es esa vocecita que se escucha en cada acto, en cada decisión, en cada pensamiento que tengamos, en cada situación en la que participemos, en las elecciones que cotidianamente hagamos, etc. A todo lo que se ha expresado se debe añadir que la sola voz de la conciencia no basta para vivir como los justos, también necesario e imperativo es, el discernimiento y la sabiduría que nos concede Dios por intermedio del Espíritu Santo, ya que como seres humanos, usualmente nos dejamos arrastrar por nuestras flaquezas y debilidades, para sucumbir a las tentaciones que el mundo y el maligno nos presentan.

De allí la necesidad de invocar a Dios y vivir bajo su orientación, subordinación y protección. Elijamos pues, la vida del hombre justo, en la seguridad de que la recompensa será grande.

Veamos lo que el Libro de la Sabiduría nos enseña al respecto:“Entonces el justo se mantendrá de pie, completamente seguro frente a aquellos que lo oprimieron y despreciaron sus padecimientos. Ellos, al verlo, serán presa de un terrible temor y quedarán desconcertados por lo imprevisto de su salvación. Llenos de remordimiento y lanzando gemidos, se dirán unos a otros, con el espíritu angustiado: "Este es el que antes poníamos en ridículo y convertíamos en objeto de escarnio. ¡Insensatos de nosotros! Su vida nos parecía una locura y su fin una ignominia.

¿Cómo ha sido incluido entre los hijos de Dios y participa de la herencia de los santos? ¡Qué lejos nos apartamos del camino de la verdad! La luz de la justicia nunca nos ha iluminado ni el sol ha salido para nosotros. Nos hemos hartado de los senderos del mal y la perdición, hemos atravesado desiertos sin caminos, ¡pero no hemos conocido el camino del Señor! ¿De qué nos sirvió nuestra arrogancia? ¿De qué nos valió jactarnos de las riquezas? Todo eso se desvaneció como una sombra, como una noticia fugaz; como una nave que surca el mar agitado, sin que pueda descubrirse la huella de su paso ni la estela de su quilla entre las olas; o como un pájaro que vuela por el aire sin dejar rastros de su trayecto: él golpea la brisa con el látigo de sus plumas y la corta con un agudo silbido, se abre camino batiendo las alas y después no queda ni una señal de su paso; o como una flecha arrojada hacia el blanco: el aire desplazado vuelve en seguida a su lugar, y se ignora el camino que ella siguió. Así también nosotros, desaparecimos apenas nacidos y no tenemos para mostrar ninguna señal de virtud, porque nos hemos consumido en nuestra maldad". Sí, la esperanza del impío es como brizna llevada por el viento, como espuma ligera arrastrada por el huracán: ella se disipa como el humo por el viento, se desvanece como el recuerdo del huésped de un día”. (Fragmentos del Libro de la Sabiduría, capítulo 5)

No hay comentarios:

Publicar un comentario