jueves, 28 de octubre de 2010

¿Somos Sacerdotes?

Para este ministerio, Dios nos ha hecho a TODOS los creyentes "sacerdotes". Como lo expresa en 1Pd. 2: 9 dirigiéndose a todos los hijos de Dios: "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios". Eso es lo que somos todos los que constituimos la iglesia del Señor: "real sacerdocio".

En Ap.1: 6 expresa la misma verdad: "nos hizo reyes y sacerdotes". Cada uno de los cristianos que hemos nacido de nuevo, somos sacerdotes por designación e investidura divina. Algo infinitamente más importante que el nombramiento o "títulos" que puedan otorgar seminarios de hombres o congregaciones terrenales.

Pero ¿qué significa ser sacerdotes? Para comprender este termino necesariamente debemos acudir al Antiguo Testamento, donde Dios lo introduce por primera vez.

De entre todas las tribus de Israel, fue a la tribu de Leví la que le correspondió ese privilegio. La que debía ocuparse de servir en el tabernáculo y presentar los sacrificios.

No se podía ser sacerdote y no ofrecer sacrificios al Señor, ni menos aún conformarse con ir a sentarse al tabernáculo, porque allí no existían bancas; todos estaban muy ocupados sirviendo al Señor.

El tabernáculo de reunión era el lugar donde Dios se manifestaba a su pueblo. Era una carpa de aproximadamente 13 metros y medio de largo, por 4 y medio de ancho; con una división en su interior, separando el lugar Santo ( la primera sección) del lugar Santísimo (el lugar de más adentro).

Hasta el lugar Santísimo podía entrar únicamente el sumo sacerdote, y esto para ofrecer la sangre de la expiación por él y por el pueblo, una vez al año.

Al lugar Santo, que era el compartimiento de más afuera, vale decir la primera sección de la carpa; podían hacerlo todos los sacerdotes.

Pero el pueblo tenía acceso solamente hasta el patio o atrio, que era un lugar de aproximadamente de 46 metros de largo por 23 de ancho, equivalente más o menos a las dimensiones de una piscina olímpica de nuestros días.

Ese patio estaba demarcado por una cortina de lino fino blanco, que se levantaba separando y excluyendo a todos desde ese lugar. Era de aproximadamente 2,20 metros de alto; mayor que la estatura del hombre, impidiendo que alguien desde afuera pudiera tan siquiera ver lo que sucedía adentro.

La gracia divina había dispuesto una espaciosa puerta de hermosos colores, para que el pueblo pudiera entrar a ese lugar especial. Era ancha y del mismo alto que las cortinas que constituían el atrio.

La puerta de acceso al tabernáculo, por donde entraban únicamente los sacerdotes, era más angosta pero mucho más alta. Esto nos habla que Dios exigía un estándar de santidad y consagración mucho más alto a los sacerdotes, que al resto de la gente.

Esta diferencia también se aprecia en la vestimenta que tenían que usar los sacerdotes. Aarón, el primer sumo sacerdote, y sus hijos, están representando a Cristo y la iglesia.

La vestidura de Aarón era aún más especial que la de sus hijos. Entre otras cosas, tenía un manto de llevaba en sus orillas, campanillas de oro, intercalando una campanilla de oro con una granada de azul, púrpura y carmesí.

El manto azul estaba sobre Aarón cuando ministraba, y se oía el sonido de las campanillas de oro cuando él entraba al lugar Santo delante de Jehová. Ese manto es emblema del carácter enteramente celestial de nuestro gran sumo sacerdote, Cristo Jesús.

Él ha penetrado los cielos más allá del alcance de toda visión humana; mas por el poder del Espíritu Santo, hay un testimonio rendido a la verdad de que él vive en la presencia de Dios. Y no solamente un testimonio, sino también fruto: "Una campanilla de oro y una granada, una campanilla de oro y otra granada".

Tal es el orden que se nos presenta lleno de hermosura. Un testimonio fiel a la gran verdad de que Jesús está siempre para interceder por nosotros. Está inseparablemente unido a un servicio fructífero. Que Dios nos conceda tener una espiritualidad mayor, para comprender estos preciosos y santos misterios.

También debía usar una mitra o turbante en su cabeza, con una lámina de oro fino donde tenía grabado el siguiente sello: Santidad a Jehová. "Harás además una plancha de oro fino y grabarás en ella: Santidad a Jehová. Y estará sobre la frente de Aarón; y llevará Aarón el pecado de las cosas santas, que los hijos de Israel hubieren consagrado".

Esta lámina de oro sobre la frente de Aarón, era figura de la santidad esencial del Señor Jesucristo. Qué descanso para el corazón del hombre, en medio de las fluctuaciones de nuestra propia experiencia. Nuestro gran Sumo Sacerdote está "continuamente" delante de Dios intercediendo por nosotros; somos representados por él, y hechos aceptos en él.

La santidad nos pertenece, pero no por méritos propios, sino en los méritos del Señor. Porque hoy Dios nos ve a través de la persona santa y sublime de nuestro Sumo Sacerdote.

Cuando más profundamente conozcamos nuestra indignidad y flaqueza personal, tanto más experimentaremos esta realidad humillante, que en nosotros no mora el bien, y más fervientemente bendeciremos al Dios de toda gracia por esta verdad consoladora: "y sobre su frente estará continuamente, para que obtengan gracia delante de Jehová".

En los versículos 40 al 43 añade: "Y para los hijos de Aarón harás túnicas...para honra y hermosura...y estarán sobre Aarón y sobre sus hijos cuando entren en el tabernáculo del testimonio, o cuando se acerquen al altar para servir en el santuario, para que no lleven pecado y mueran".

Las vestiduras sacerdotales de Aarón, son la expresión de las cualidades intrínsecas, esenciales, personales y eternas de Cristo, mientras que las túnicas de sus hijos, representan la gracia que está revestida la iglesia, en virtud de su asociación con el Jefe soberano de la familia sacerdotal.
Cada creyente que ha recibido al Señor Jesucristo en su corazón, ha pasado de muerte a vida. Es hecho una nueva criatura, con vestiduras nuevas, es decir, con una manera diferente de vivir.

No se trata de creer en Cristo y poner remiendo en las vestiduras viejas. ¡No! Si realmente hemos nacido de nuevo, se ha producido una metamorfosis muy profunda; hemos recibido las vestiduras sacerdotales. Lógicamente entendemos que no se trata de usar una túnica, sotana o un cuello clerical, sino de nuestra nueva manera de vivir, del testimonio que envuelve nuestra nueva vida en Cristo.

En el Antiguo Testamento Dios habló por medio de figuras, sombras de aquellas cosas que habrían de venir. Pero habiendo llegado Cristo, hoy nos habla por medio de la realidad misma de las cosas.

Las cosas espirituales, se han de discernir espiritualmente. 1Cor.2: 14 "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente".

Aquellos que no tienen ese discernimiento espiritual para entender estas cosas, lo aplican carnalmente, razón por la cual se conforman con usar una vestidura física distintiva con un cuello clerical, y también para establecer esa división que el hombre natural ha realizado para seccionar el cuerpo de la iglesia, entre "clero y laicos".

En el Antiguo Testamento se adquiría la bendición de ser sacerdote, por nacer en la tribu de Leví. Hoy en día, por nacer de nuevo en la familia de Dios a través de su conversión.

La conversión es cuando en la soledad de un capullo, el gusano tiene ese encuentro personal con su Creador. Le pedimos perdón al Señor, y salimos desde allí, no arrastrándonos nuevamente como un gusano sobre el polvo de la tierra, sino que ahora podemos remontarnos hasta las alturas de Su santidad, provisto de maravillosos colores que hermosearan nuestra nueva vida.

Esa nueva envestidura, es lo que hoy corresponde a nuestras vestiduras sacerdotales que Dios nos ha provisto. Es nuestro testimonio personal, nuestra nueva manera de vivir. Porque ahora TODAS las cosas son hechas nuevas.

2Cor. 5: 17 "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí TODAS son hechas nuevas".

Ha de verse, tiene que destacar. Cuando un israelita entraba al atrio del tabernáculo, inmediata podía distinguir quien era un sacerdote. Así también debe ser en el día de hoy; donde quiera que se encuentre un creyente, todos deben saber que es un sacerdote del Dios Altísimo; no solamente por lo que hable, sino que principalmente por su testimonio, por sus vestiduras sacerdotales.

Los sacerdotes levitas entraban al tabernáculo para ofrecer incienso a Dios. Ese incienso era consumido con el carbón encendido que tenían que sacar únicamente desde el altar de los sacrificios, allí donde había sido sacrificado el cordero por los pecados del pueblo.

Seguramente que recordaremos la trágica experiencia de los sacerdotes Nadab y Abiú que se menciona para nuestra enseñanza en Lv. 10 : 1-2 "Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová".

¿En qué consistió sus faltas? ¿Eran falsos sacerdotes? ¿Eran usurpadores de ese oficio? De ningún modo, eran verdaderos miembros de la familia sacerdotal y con sus vestiduras oficiales. Sus pecados consistieron en: "ofrecer delante de Jehová fuego extraño que él nunca les mandó".

Se alejaron en su culto, de la sencilla palabra ordenada por el Señor. Nada se exigía del hombre más que un espíritu de obediencia al mandamiento divino, pero ellos hicieron como sus humanas voluntades estimaron mejor; cambiaron lo dispuesto por Dios.

El hombre siempre ha mostrado una porfía inexplicable para desobedecer a lo que el Señor ha mandado de una forma tan clara en Su Palabra. Los atajos parecen tener siempre encantos irresistibles para el corazón humano.

Dice Pr. 9: 17 "Las aguas hurtadas son dulzura, y el pan comido en oculto es suave". Tal es el lenguaje del enemigo, pero el corazón humilde y obediente, sabe que el camino de la sumisión a la Palabra de Dios, es el único que conduce a las aguas que son realmente dulces.

Aunque la mayoría aplastante haga y diga lo contrario, si queremos ser fieles, hemos de volver los ojos al Señor, y buscar en Su Palabra cual es Su voluntad.

Nadab y Abiú podían pensar que una clase de fuego era tan bueno como otro, pero no era su deber decidir aquel punto. Ellos debieron atenerse a la Palabra del Señor, pero en lugar de eso, confiaron en su propio criterio y recogieron amargos frutos.

La santidad divina desecha lo que es fruto de la voluntad corrompida del hombre; voluntad que nunca es más horrorosa y abominable, que cuando se inmiscuye en las cosas dispuestas por el Señor.

En la iglesia todos somos sacerdotes de Dios (no existen los "laicos"), pero si hacemos algo que Dios nunca nos ha mandado, no nos caerá fuego del cielo y moriremos; porque hoy estamos bajo la Gracia, aunque eso no significa que escaparemos del fuego del juicio de Dios.

Cuando venga el Señor y nos lleve a las mansiones celestiales que él fue a prepararnos, dice la Palabra de Dios, que lo primero que acontecerá allá en la gloria, será el tribunal de Cristo
Rm. 14: 10 "Porque TODOS compareceremos ante el tribunal de Cristo". Y en 2Cor. 5: 10 "es necesario que TODOS nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo".

Allí daremos cuenta de nuestras obras que hemos realizado aquí en la tierra. Entonces el fuego las probará, como dice en 1Cor. 3: 13-15 "La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelado; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego".

Entonces caerá el fuego de Dios sobre todas las obras de los sacerdotes de la iglesia, y el fuego las probará. Toda la madera, el heno y la hojarasca, será consumida. Es decir, todas aquellas cosas que fueron hechas en la carne y no en el espíritu, aunque lleven cuello clerical, será quemado.

Todas las obras que fueron realizadas para ser vistos por los hombres, por vanagloria, ganancia deshonesta o por contienda; todo eso será quemado, el fuego lo consumirá.

Cuantas obras que se han realizado con mucho esfuerzo, gran dedicación y sinceridad, pero si el Señor no lo ha mandado, será consumido por el fuego. Es sumamente importante obedecer al Señor en su mandato de "escudriñar las Escrituras" para conocer Su voluntad, de lo contrario, habremos trabajado en vano.

En Heb.12: 28 "Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia, porque nuestro Dios es fuego consumidor".

Somos sacerdotes, razón por la cual nos exigirá más. En todo momento debemos llevar nuestras vestiduras sacerdotales, nuestro testimonio limpio; porque hemos de hacer TODO como para el Señor.

Col. 3: 23 "Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres". Somos sacerdotes de Dios a tiempo completo, no solamente el día Domingo. Es una gran hipocresía colocarse las vestiduras sacerdotales únicamente para asistir a la iglesia.

Lo más importante del propósito por el cual el Señor nos ha dejado aquí, es para que seamos luz en medio de las tinieblas. Por lo cual es lógico entender que allá afuera, en nuestro hogar, donde está nuestra familia, nuestros compañeros de trabajo y vecinos, es donde debe distinguirse mejor nuestra estatura espiritual y destacarse más nuestras vestiduras sacerdotales.

Mantengamos limpio nuestro testimonio, sirviendo al Señor con temor y temblor; todo lo que hagamos, hagámoslo como para el Señor, en plena dependencia del Espíritu Santo. No olvidemos jamás que somos sacerdotes para Dios los siete días de la semana. Que así sea, Amén.

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