jueves, 18 de febrero de 2010

¿Por qué orar con otros? (Primera parte)

El orar juntos a Dios tiene una promesa muy especial. La oración en privado entre cada uno de nosotros y Dios es como las raíces del árbol que lo hacen firme contra las tormentas. El Señor nos enseñó primero que es necesaria la oración personal y directa con el Padre. Jesucristo afirmó: «Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público» (Mateo 6.6). Pero tenemos necesidad no solo de la oración en secreto, sino también de la oración unida en público; la cual da hojas, flores y frutos en la comunión con otros. El lazo que te ata a tu prójimo no es menos real e íntimo que el que te une a Dios. La gracia no solo renueva nuestra relación con Dios el Padre, sino también con nuestros hermanos y hermanas en Cristo. La oración modelo nos enseña a decir: “Padre nuestro”, no “Padre mío”. No solo somos miembros de la familia de la fe, sino que somos miembros de un cuerpo. Cada miembro del cuerpo depende del otro, y la plena acción del Espíritu depende de la unión y cooperación con los demás en el cuerpo. Los cristianos no podemos alcanzar la plena bendición que Dios está dispuesto a darnos a menos que busquemos esa bendición y la recibamos en comunión los unos con los otros. Aunque cada creyente tiene el Espíritu Santo, es en la unión y plena comunión de los creyentes donde se manifiesta a plenitud el poder del Espíritu. «Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18.19, 20).

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